EPOCA MODERNA Y ABSOLUTISMO



ABSOLUTISMO

El termino MODERNIDAD fue creado por los historiadores para distinguir esta etapa de la anterior llamada” edad media”    a la que los humanistas  del renacimiento  consideraban como un tiempo oscuro que mediaba entre la antigüedad clásica y su época. En  esta unidad vamos analizar la Edad Moderna como un etapa de transición entre el mundo medieval y aquello que los historiadores han llamado “Época Contemporánea”. Este lento proceso tendrá como consecuencia el fin del poder del señor y la victoria del soberano, sentándose  las bases  del Estado Moderno.  Época crítica pero también efervescente, similar a la adolescencia humana de “Fuerzas viejas que mueren, fuerzas viejas que se renuevan, fuerzas totalmente nuevas, aunque gran parte de éstas llegarán más o menos rápidamente, al anquilosamiento. En estos elementos, que se afirman en el largo estancamiento de los años 1380-1480,  aproximadamente, tendrá su origen el gran impulso del siglo XVI.(Arnold)
En el FEUDALISMO    vemos  la  FRAGMENTACIÓN del poder político. Mientras que en la Monarquia Absoluta el poder político estaba CONCENTRADO

EL PODER POLÍTICO Y SU CENTRALIZACIÓN
"Existe /la monarquía absoluta/ cuando el Rey, encarnado en el ideal nacional, posee, además de hecho y derecho, los atributos de la soberanía: poder hacer las leyes, administrar la justicia, percibir impuestos, tener ejército permanente, nombrar funcionarios, hacer juzgar atentados contra el bien público, y en particular, de delegar jurisdicciones de excepción cuando lo considere      conveniente"(Mousnier, R. "El siglo XVlll" en Crouzet, M. "Historia General de las Civilizaciones", tomo Vl, Ed. Destino, Barcelona, 1961, p. 103)

"El absolutismo fue esencialmente eso: un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal destinado a mantener a las masas campesinas en su posición social tradicional (...)El Estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y la burguesía ni, mucho menos, un instrumento de la naciente burguesía contra la aristocracia: fue el nuevo caparazón político de una nobleza amenazada” (Anderson, P. “El Estado Absolutista”. Editorial Siglo XXI S.A., Madrid, 1996. p. 12).

Durante la transición de la Edad Media a la Época Moderna, en Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio, Castilla y Aragón entre otros, el rey -soberano cristiano consagrado por la Iglesia-, se fue convirtiendo en la cabeza de una larga cadena de relaciones de vasallaje, dentro del complejo marco del régimen señorial, y en el símbolo popular de la justicia. El monarca acumuló progresivamente amplios poderes, reforzando así su autoridad. Es en este sentido que puede afirmarse la existencia de un proceso de centralización política que dio nacimiento, por un lado,  al Estado Moderno, y a partir de éste, a una forma de gobierno centralizada en la figura real: el Absolutismo.
El  absolutismo, término que procede del latín absolutus («acabado», «perfecto»), fue el principal modelo de gobierno en Europa durante la Época Moderna, caracterizado por la teórica concentración de todo el poder del Estado en manos del monarca gobernante. La implantación del absolutismo representó un cambio sustancial en la concepción sobre la dependencia de las autoridades intermedias entre el súbdito y el Estado, situación que comportó la creación de una burocracia eficaz, un ejército permanente y una hacienda centralizada. Se inició en los siglos XIV y XV, alcanzó la plenitud entre los siglos XVI y XVII, y declinó entre formas extremas e intentos reformistas a lo largo del siglo XVIII.

Ningún monarca absoluto trató de atribuirse la exclusividad o monopolio del poder, sino la soberanía del mismo. El Poder absoluto, durante la época moderna, fue básicamente poder incontrolado, poder no sometido a límites jurídicos institucionalizados. El poder absoluto debe entenderse, por una parte, como un poder soberano o superior, no exclusivo; es decir, presupuso y asumió la existencia de otros poderes: señorial, asambleas estamentales o cortes, municipios, etc., respecto a los cuales se consideró preeminente y, por otra parte, como un poder desvinculado de controles o límites institucionales.

“La lucha del Estado Moderno es una larga y sangrienta lucha por la unidad del poder. Esta unidad es el resultado de un proceso a la vez de liberación y unificación:  de liberación en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia universal que por ser de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder civil, y de unificación en su enfrentamiento con instituciones menores, asociaciones, corporaciones, ciudades, que constituyen en la sociedad medieval un peligro permanente de anarquía. Como consecuencia de estos dos procesos, la formación del Estado Moderno viene a coincidir con el reconocimiento y con la consolidación de la supremacía absoluta del poder político sobre cualquier otro poder humano. Esta supremacía absoluta recibe el nombre de soberanía. Y significa, hacia el exterior, en relación con el proceso liberación, independencia; y hacia el interior, en relación con el proceso de unificación, superioridad del poder estatal sobre cualquier otro centro de poder existente en un territorio determinado. De este modo, a la lucha  que el Estado moderno ha librado en dos frentes viene a corresponderle la doble atribución de su poder soberano, que es originario, en el sentido de que no depende de ningún otro poder superior, e indivisible, en el sentido de que no se puede  otorgar en participación a ningún poder inferior”. (Norberto Bobbio, “Thomas Hobbes”, F.C.U., México, 1992, p. 71)

Guerra, crisis económica, fractura cultural y política en un escenario marcaron el tránsito hacia el siglo XVI. De la necesidad imperiosa por conseguir la paz en los diferentes reinos europeos, se derivaron dos repercusiones principales en el terreno político. Por una parte, los dos poderes tradicionales de la cristiandad medieval, el papado y el imperio, recuperaron, si no su anterior prestigio, sí su unidad. Por otra parte, a pesar de la gran variedad de formas institucionales de poder las monarquías feudales del medioevo salieron fortalecidas de una situación de crisis en la que habían conseguido erigirse lentamente en representantes de grupos nacionales, mucho más que de clientelas o huestes.
Para lograr esto, el rey debía enfrentarse viarias “resistencias”. La primera de ellas la constituyó la fortaleza de una nobleza sumamente poderosa, pero tambaleante ante el marco de una economía  en plena transformación.

El historiador Roland Mousnier ha definido al monarca absoluto como un gran "conciliador", un árbitro neutral para dirimir los conflictos sociales enmarcados dentro del pujante desarrollo económico (burguesía vs nobleza), cuya concentración de poder resultaba necesaria como salvadora y conservadora del orden y la unidad del Reino -de ahí que el Rey sea su más ferviente símbolo. Fue mediante este “papel intermediario” que a través de sus alianzas con la clase burguesa, logró consolidar su poder, y mediante alianzas con la clase noble, logró perpetuar el lazo de  clientela que le permita rodearse de una especie de "séquito fiel".
Sin embargo, bajo la perspectiva de otro historiador, Perry Anderson, si bien garantizar sus intereses, en el marco del afianzamiento del poder personal del rey, fue un equilibrio permanentemente buscado a lo largo de la trayectoria política de todas las monarquías absolutas, éstas nunca fueron árbitros independientes de la sociedad que se iba a dirigir, sino representantes ilustres y garantes eficaces de la perpetuación del poder y hegemonía social de las noblezas, tanto si provenían de los señoríos de antigua estirpe, como de los fieles titulados de nuevo cuño. Fue para ellas para quienes se construyó el costoso aparato cortesano y el imponente mundo palaciego.

Al mismo tiempo que la aristocracia se reacomodaba como forma de mantener su poderío frente a las masas rurales, se vio obligada a adaptarse frente a un nuevo antagonista: la burguesía mercantil, la cual se había desarrollado en las ciudades medievales y habían contribuido a superar la larga crisis gracias a la combinación de nuevos factores de producción en el que jugaron un papel fundamental los avances tecnológicos.

Cuando los Estados absolutistas quedaron constituidos en Occidente, su estructura estaba determinada fundamentalmente por el reagrupamiento feudal contra el campesinado, tras la disolución de la servidumbre; pero estaba sobredeterminada secundariamente por el auge de la burguesía urbana que, tras una serie de avances técnicos y comerciales, estaba desarrollando las manufacturas preindustriales en un volumen considerable.

La segunda de las resistencias se concentraba en arrancar protagonismo a los órganos representativos del reino (cortes, parlamentos, dietas, etc.), todo ello sin intentar suprimirlos, ni atentar contra sus derechos; solamente evitando y espaciando su ritmo de convocatoria y haciendo que, progresivamente, perdieran su papel tradicional para ratificar cualquier petición de subsidio de guerra o impuesto público.

La tercera resistencia consistió en extender los tentáculos del poder real al gobierno de ciudades, villas y corporaciones, siempre tan celosas de sus privilegios y autonomía. Esto sólo pudo conseguirse a través del desarrollo de una política de concesión de honores que permitió al soberano inmiscuirse por muy diversas vías en las elecciones de cargos destinados a regir las diversas facetas de la administración municipal.

En idéntica línea, se diluyó el último gran escollo: controlar al menos terrenalmente los poderes de la Iglesia. La profunda fractura religiosa de mediados del siglo XVI, ligada a la Reforma protestante y la posterior Contrarreforma católica, comportó, entre muchas otras repercusiones, un proceso de reafirmación de las iglesias nacionales, cada vez más alejadas de la omnipresente centralización del papado romano. En este marco, se hizo evidente la preocupación de los monarcas por vigilar e intervenir en la elección de los altos ministerios eclesiásticos que habían de ejercer un papel relevante en la justificación pública de la autoridad real y de su actuación política, en la paz y en la guerra.
Estas dificultades hicieron el proceso mucho ma lento y no siempre exitoso, ya que las luchas contra estas resistencias marcó parte de la historia de la consolidación de la autoridad de las monar­quías absolutas europeas, a lo largo de los siglos en que ocuparon el escenario del poder.
El Estado Absoluto se organiza
Junto con la preocupación de que un país rico contribuía a la «gloria del rey» (desarrollo del mercantilismo), era precisa una renovada organización de la política interior y exterior. Tres fueron los elementos principales. El primero, la necesidad de contar con técnicos de gestión pública y así, se formó la burocracia estatal encargada de ejecutar las decisiones del soberano y sus consejos en todos los ámbitos de la administración del reino. Estos funcionarios surgieron desde muy diversas procedencias, ya que los cargos públicos fueron una importante vía de ascenso social para la baja nobleza y algunos burgueses, llegando incluso a la compra y venta de oficios, también denominada venalidad (fenómeno típicamente francés) y dio origen a la denominada «nobleza de toga».
Su tarea desarrolló una actuación acorde con los intereses de los grupos tradicionalmente privilegiados: aristocracia y nobleza anti­gua, que eran los únicos autorizados a intervenir en los consejos privados de asesoría al monarca, auténticas sedes de poder y de decisión en los asuntos de estado.

El segundo de los instrumentos fue la construcción de la hacienda pública, fundamento imprescindible para cualquier actuación política. El rey tendió a acaparar el derecho a imponer nuevas contribuciones que se superpusieron a las tradicionalmente exigidas en el marco de municipios y señoríos. Una fiscalidad tan repentinamente acrecentada, en un marco de dificultades económicas y conflictos políticos como fue la Europa del siglo XVII, comportó un progresivo malestar, tanto en burgueses y ciudadanos, como en las clases populares, campesinos en su mayoría, que encabezaron revueltas y motines contra un fisco arbitrario, gravoso y desmesurado que acabó convirtiéndose en una nueva forma de renta feudal, en este caso, centralizada.
El último de los instrumentos fue la instauración de un ejército profesional, desligado del concepto de hueste feudal, financiado a través de las recaudaciones de la hacienda pública en formación y ocupado, principalmente, en la defensa de las fronteras territoriales del reino y el sometimiento de revueltas populares.
Límites del poder absoluto
El rasgo central del Estado Absolutista es la concentración de todo el poder en el rey sin control o límites de cualquier tipo, las condiciones de la época así como algunos elementos remanentes la Edad Media, determinaron que en los hechos el poder de los reyes absolutos tuviese ciertos límites, sin perjuicio de que ninguna institución o persona pudiera ejercer control sobre ellos.
Estos límites son:
1. La Ley Divina Cristiana: el Rey, al igual que todos los cristianos está sometido a los 10 Mandamientos.
2. Las Leyes del Derecho de Gentes: son aquellas disposiciones que derivan de tradiciones antiguas, determinan cosas como la herencia, el mayorazgo, etc. Aquellas que se vinculan al ejercicio directo del gobierno, fueron desplazadas por los monarcas en el proceso de consolidación del absolutismo (tal el caso del recurso a cortes o parlamentos para la definición de ciertas medidas, en Francia, por ejemplo, los Estados Generales dejaron de ser citados en 1614, y solo volvieron a sesionar en 1789).

3.  Las leyes fundamentales del Reino: un conjunto de normas relativas al fundamento del Estado. Sus elementos básicos son:
 Noción de continuidad del Estado. El Estado es independiente de los reyes; si muere el rey para a su sucesor.
·         Ley de sucesión.
·          El principio de legitimidad. El rey no podía modificar la ley de sucesión.
·          Si el rey es menor o incapaz, puede ser asistido por un regente.
·           El principio de religión. La corona debía titularla un príncipe católico (a partir de la Reforma, los reinos protestantes aplicaron este principio).
4. El escaso número de funcionarios: aunque los regímenes absolutos se apoyaban en una burocracia numerosa y eficiente, comparados con cualquier Estado actual el número de funcionarios era mínimo, y completamente insuficiente para que las determinaciones del monarca se cumplieran efectivamente.
5. Las limitaciones del sistema de caminos: en la Época Moderna los caminos transitables, los puentes y los canales eran muy escasos, la velocidad de comunicación era la del galope del caballo, por ello las disposiciones del rey demoraban en llegar a destino, incluso muchas veces lo hacían cuando ya eran inaplicables. En el caso del sistema colonial, se aplicaba muchas veces la fórmula “se acata pero no se cumple” para aquellas disposiciones cuya aplicación no era pertinente en las colonias.
6. La persistencia de aduanas internas y derechos señoriales: como remanente de la dispersión del poder en la época feudal y el proceso de unificación de los Estados todavía inconcluso, persistían algunas aduanas internas. Del mismo modo, algunos nobles conservaban privilegios especiales como herencia de la época feudal.



Hecho con Padlet
PRINCIPALES  CARACTERÍSTICAS del MERCANTILISMO
 Orientación nacionalista. El fomento de la economía nacional y la defensa de los intereses propios subyace en todo programa de política mercantilista. Los Estados intentaban promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de su propio poder.
Política económica proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder político, ejercida mediante leyes y prohibiciones, el más eficaz medio de conseguir los objetivos trazados. Tal intervencionismo, lejos de estorbar los intereses de la incipiente burguesía mercantil constituyó en realidad una práctica favorable para sus negocios en esta fase inicial de desarrollo del capitalismo, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas derivadas de la protección estatal.    
Metalismo. Según ello, la mentalidad económica de la época procedería a una vulgar identificación entre riqueza y posesión de metal precioso. Se orientaría la acción económica del Estado: enriquecer al príncipe logrando atraer hacia sus arcas la mayor cantidad posible de oro y de plata. Y, dado que la cantidad de metal precioso existente era finita, la disputa con el resto de los países por asegurar la posesión de la mayor parte se hacía inevitable. Algunos tratadistas de la época percibieron con claridad que el dinero no constituía sino una mercancía más, cuyo valor está sujeto al volumen de su oferta. Poco a poco se llegó al pleno convencimiento de que la verdadera riqueza radicaba en los bienes producidos y no en el metal poseído.
 El mercantilismo evolucionó, pues, hacia doctrinas productivistas. El comercio se consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación. La política económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de pagos favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de carácter proteccionista. Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio de conseguir este objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación de mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de las producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una regla de oro. A su vez, había que impedir la salida de las materias primas nacionales y favorecer la importación de las extranjeras. A tal objetivo se consagraban prohibiciones y medidas legales de carácter aduanero.
Posiciones poblacionistas. Una población abundante constituía un potencial productivo y una forma de riqueza para la nación y de poder para el Estado. El pensamiento y la política mercantilistas se orientaron hacia la postura de favorecer el crecimiento poblacional y la inmigración de elementos productivos.
Colonialismo. El comercio ventajoso alcanzaba sus mayores posibilidades mediante el control efectivo de áreas coloniales. Se dibujaban así las bases del pacto colonial: las colonias se constituían en proveedoras de materias primas para la metrópoli, al tiempo que en mercados para la producción manufacturera de ésta.

LA SOCIEDAD  Y SUS CAMBIOS  .
La sociedad moderna siguió siendo, como la medieval, una sociedad estamental; es decir, compuesta por estamentos sociales (nobleza, clero y tercer estado), que se caracterizan por no tener posibilidad de movilidad social (ascenso o descenso) entre ellos (movilidad vertical). En buena parte de Europa occidental sobrevivió, más o menos suavizado, el régimen señorial. En la Europa centro-oriental, en cambio, pervivió un verdadero feudalismo, que condenó a los campesinos a duras condiciones de trabajo y existencia. El campesinado era jurídicamente libre, la fiscalidad real, señorial y eclesiástica que soportaba impidió cualquier posibilidad de inversión en mejoras de la producción y le restaba estímulos. Un campesino, después de un año de duro trabajo de sol a sol, podía esperar recoger cuatro o cinco veces lo sembrado, si el tiempo había sido bueno. De esto, la cuarta o la quinta parte debía reservarla para resembrar. Otra décima parte se la llevaban los recaudadores del diezmo eclesiástico. El campesino tenía además que pagar los impuestos reales, como también los señoriales si vivía en territorio de señorío. Con lo que le quedaba debía a menudo hacer frente a deudas y, además, sobrevivir él y su familia. En el caso de los ricos terratenientes, las rentas agrarias tampoco eran reinvertidas en mejorar la producción. Su posición les permitía disfrutar de un lujoso nivel de vida, basado en la explotación del trabajo campesino, sin necesidad de preocuparse excesivamente de otra cosa más que de recibir y dilapidar los beneficios.
Pero las transformaciones económicas en crecimiento desde la Baja Edad Media, permitieron  un proceso de flexibilización por el cual  el rígido orden estático medieval, “aflojó” sus fronteras entre los diversos estratos sociales e implementó ciertas movilidades. Un factor determinante en esta flexibilización fue la aparición de un nuevo grupo social que ni trabajaba, ni rezaba, ni guerreaba, sino que por el contrario, se dedicaba a las nueva actividades en auge: el comercio, las finanzas, las empresas marítimas, etc Eran los burgueses.
La burguesía fue un claro ejemplo de que la sociedad medieval y estamentaria comenzaba un proceso de transición a la sociedad de clases que se consolidaría con el advenimiento de la Revolución Industrial a fines del siglo XVIII. Parte de la burguesía, lo que podríamos llamar “sectores bajos”, conformó el Tercer Estado, pero otra burguesía, “la alta”, en la cual encontramos a grandes banqueros, financistas o comerciantes, lograron ocupar cierta posición social a través del adquisición de títulos nobiliarios mediante compra, matrimonio o gracia. Fue así como a través de su fortuna  en dinero, en economías cada vez más monetarias hicieron que estos sectores fueran obteniendo poder y prestigio. De ser condenados por usureros y pecadores se ennoblecieron e imitaron la vida de aquellos que, aunque solo poseían tierras más no dinero, hacían uso de su sangre y linaje para seguir perteneciendo al de los privilegiados.
La sociedad Medieval estaba integrada por los llamados : “bellatore” , “los oratore” y “los lavoratore” eso  cambio ya que durante la Época Moderna estos grupos sociales fueron nombrados de otra manera Nobleza, Clero y Tercer Estado
Los Privilegiados: NOBLEZA Y CLERO
La nobleza Eran unas 30.000 familias que poseían el 30% de las tierras. A sus privilegios honoríficos sumaban numerosos beneficios, tales como la exoneración de impuestos, cobro de derechos feudales sobre los campesinos, ventajas judiciales (tribunales propios), etc.
El Clero Poseía el 10% de las tierras de la nación, lo que significaba una gran riqueza. Además de los derechos feudales que abonaban los ocupantes de esas tierras, percibía el diezmo, impuesto que debían pagar los agricultores. Estas rentas eran destinadas al sostenimiento de parroquias, escuelas, instituciones de beneficencia, etc
Los No Privilegiados:
La Burguesía Estaba constituida por profesionales y comerciantes enriquecidos que, conscientes de su importancia, reclamaban reformas radicales en el régimen a fin de destruir los privilegios de la nobleza. De esta clase, en la que militaban filósofos y economistas representantes de las nuevas ideas, surgieron los principales elementos de la Revolución. A él pertenecía la mayor parte de la población (24 millones) y podían distinguirse tres clases: la burguesía, los obreros y los campesinos.
Campesinos y Artesanos Soportaban las mayores cargas y, aunque muchos eran propietarios de sus tierras, se hallaban agobiados por los impuestos que les absorbían las cuatro quintas parte de su trabajo.

EJERCICIOS
1.       Explique el  proceso  de  creación  del Estado Moderno utilizando los argumentos de Mousnier Anderson y Bobbio
2.       Desarrolla una síntesis con las principales características de la monarquía absoluta. Mínimo dos carillas
3.       Explica cómo funcionaban el comercio internacional relacionándolo con la política mercantilista de los Estados absolutos.
4.       Como estaba integrada la sociedad del Antiguo Régimen Explica las características de cada grupo

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